20 abril 2008

Travesía a territorio emo

Los Sillones es su antro favorito. Ahí pueden disfrutar de cerveza y ‘mamacear’, como definen ellos a las conquistas con besos. Cercano a la glorieta de Insurgentes es el lugar preferido de los jóvenes de flequito

Se llama Los Sillones en honor a dos sillones viejos que están en el piso y que cargan a uno que otro emo de 40 kilos que guste de reposar con caguama en mano. Es el antro favorito de los emos y el primer lugar en la ciudad en recibirlos con los brazos abiertos. Es pequeñito.

Ocupa el segundo piso de una tienda de ropa donde abundan jeans y las playeras a rayas.

Adentro dos sillones. Una banda. Una barra. Un refrigerador lleno de caguamas de a 30 pesos y un personaje de 18 años, El Sugus, que atiende sin camisa y que lo mismo tiene éxito con las niñas que con los niños.

La bienvenida a Los Sillones sale de dos bocinas “no salgan, afuera se los quieren madrear”. La respuesta al cantante de la banda en turno, primero risas y luego una mentada de madre a chiflidos. Aquí beben cerveza, escuchan bandas de hardcore en vivo y mamacean, término con el que los emos bautizaron las conquistas con besos y permiso para tocarse el cuerpo.

Quienes dan vueltas por la glorieta de Insurgentes conocen bien Los Sillones, es más, dicen que por este antro comenzaron a juntarse aquí, pues está a una cuadra del metro Insurgentes; hace un año que comenzaron a venir, y ahora la Secretaría de Seguridad Pública del DF les brinda protección.

En Los Sillones sólo hay emos. Están en su territorio. Cuando no hay bandas tocando. De las bocinas saldrá música de My Chemical Romance, 30 Seconds to Mars, pero también de cualquier canción que traigan los presentes en su iPod.

A las nueve de la noche termina la fiesta. Temprano, porque quienes van no rebasan los 18 y hay que entregar cuentas a papá. Fany, una emo de 17 años, dice que vive cerca y que debe llegar antes de las diez a su casa. Viene tres veces por semana, después de la escuela y dice que los días buenos son miércoles y viernes. “Son días de mamacear, si alguien te gusta sólo le pides mamacear y comenzará a tocarte”.

El hardcore de la banda que toca es bastante desafinado, pero parece gustarles, nadie baila. Permanecen paraditos, platicando o besándose. Los hombres se abrazan y saludan de beso. Son cariñosos en general. No parecen deprimidos. Sonríen igual que cualquier otro joven. Eso sí, todos se ven igualitos, mismo peso, misma edad, mismos pantalones, mismas playeras y mismo delineado de ojos. Muchos con moñito en la cabeza sin distinción entre hombres y mujeres.

A algunos les hace falta el fleco, pero no por rebeldes sino porque alguien en la calle se los cortó. “Así nomás, agarran las tijeras y nos lo cortan”, dicen.

A las 8 de la noche las luces se prenden. Es hora de que los emos vayan a casa. Las tijeritas dos emos de 16 años tienen que regresar a San Juan de los Lagos, “se oye lejos y lejos está”, dicen. Sus mamás saben que son amigas, más no pretendientes y también que van a la glorieta de Insurgentes y a Los Sillones a ver tocar a sus amigos, pero no a mamacear.

Después de que los emos están en los noticieros y las primeras planas de los periódicos los papás de Las Tijeritas ya sólo les advierten al salir “Con cuidado eh”. De cualquier modo no se les ve el miedo. La mayoría son menores. Muchos no rebasan los 40 kilos, como uno de los que toca el bajo en Los Sillones que es casi del tamaño de su instrumento.


El Universal

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